La Laver Cup, en la que ayer Roger Federer se retiró (perdió el dobles junto a Nadal ante Jack Sock y Frances Tiafoe, de los Estados Unidos) fue creada por él. El motivo que lo impulsó fue rendirle tributo a Rod Laver, tenista australiano de currículum glorioso como el que forjó él. Laver se destacó entre 1962 y 1979; el dato distintivo es que logró ganar dos veces los cuatro Grand Slam en un mismo año (1962 y 1969). Laver dejó la cancha, pero se fue a las tribunas. Es constante espectador del tour, disfruta de Federer como uno más y goza el tributo del suizo. Vale preguntarse, ahora, si habrá alguien que de la talla como para imitar el gesto hacia Federer en un futuro. De seguro, “Su Majestad” tendrá cientos de tributos de aquí en más, pero fijó una vara altísima para que un par suyo, grande como él, sea el gestor de un homenaje.
Federer dejó muchísimo en los courts. Sus movimientos, su regularidad táctica en cada partido, su capacidad de superar el puñado -apenas- de encuentros que se le complicaron a lo largo de su carrera, son sólo algunos de los puntos que se admirarán de él. En ese mismo nivel se destacará lo que mostró sin empuñar la raqueta. Desde su labor humanitaria, pasando por una familia formada por una esposa ex jugadora y dos pares de gemelos que siempre estuvieron presentes, una vida privada sin turbulencias y un discurso medido y nada conflictivo, al contrario, siempre conciliador ante las crisis.
También incluso sin hablar, o más exacto, sin poder hablar como también le pasó ayer en el O2 Arena de Londres, mostró su grandeza. El recuerdo traslada la memoria a la final del Abierto de Australia 2009 protagonizada por Federer y Nadal. No fue el nivel de juego lo que más impresionó, sino lo que pasó en la premiación. Primero habló el subcampeón, que en esa ocasión fue el suizo. Antes de hablar ya se notaba distinto con respecto a ceremonias anteriores, más allá del hecho que era el perdedor, poco acostumbrado a ese rol. Empezó el discurso, pero no pudo terminarlo. Las lágrimas lo vencieron mucho más rápido que Nadal. “Esto me está matando”, dijo llorando. Esa frase significaba impotencia ante la situación que Nadal le planteaba en esa temporada: no me podés ganar.
El detalle es que Federer, a esa altura transitando el año 11 de su carrera, ya había ganado 13 títulos de Grand Slam. La frustración venía porque era la quinta derrota consecutiva ante su amigo y gran rival que además le impedía ganar su Grand Slam número 14 con el que empataría a Pete Sampras, hasta ese momento el más ganador de majors en la historia. Ése hombre que jugó 1526 partidos con una efectividad de 81,9 por ciento y que levantó 103 trofeos (20 de ellos de Grand Slam) dejaba en claro que amaba ganar todo y la frustración era casi insostenible. En el último año, la situación se tornó frustrante por una lesión en la rodilla derecha. Ya no fue un rival, sino una dolencia física, de las pocas que sufrió en 24 años de jugar en alto rendimiento, lo que le puso freno definitivo a la búsqueda de la perfección y la gloria.
Tensión en la caída
Diego Schwarztman, del equipo Resto del Mundo, perdió en su debut ante el griego Stefanos Tsitsipas. En uno de los descansos un activista burló la seguridad, ingresó a la cancha y se prendió fuego en un brazo.